Aceite Gallego

El olivo llegó a Galicia durante la romanización de la Península Ibérica en el siglo I. En lo que los romanos llamaron Gallaecia encontraron un clima idóneo para el cultivo de la aceituna, un producto vital para ellos, pues no sólo lo usaban en la cocina, sino también como combustible y como base para elaborar todo tipo de ungüentos.

La práctica desaparición del olivo en Galicia: No se sabe con certeza los motivos del descenso del número de olivos en Galicia en los siglos oscuros de la Reconquista. Se cuenta con frecuencia que fueron los Reyes Católicos los que mandaron talar los olivares gallegos para favorecer la producción de la aceituna en los territorios reconquistados a Al-Andalus. Si bien parece más verosímil el empleo de incentivos fiscales que protegiesen a otras regiones productoras, como los promovidos por el Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV y reconocido productor de aceite de oliva de la provincia de Sevilla. 

Únicamente en las zonas más apartadas de las riberas del Sil y el Bibei se siguió elaborando aceite de oliva de calidad suprema, manteniendo viva una tradición milenaria que ha llegado hasta nuestros días. Así lo atestiguan los viejos molinos de aceite que se conservan en las zonas de Galicia de mayor tradición olivarera y el legado de unas variedades autóctonas, todavía en proceso de catalogación, que vale la pena preservar y disfrutar.

En Galicia hay hasta 19 variedades de aceituna autóctona, según las investigaciones del CSIC en colaboración con varias universidades. Estos estudios indican que los olivos propios de Galicia están especialmente adaptados al clima del país y ofrecen un fruto que en su punto óptimo alcanza unas cualidades excepcionales. Por el momento los investigadores del CSIC han catalogado dos variedades de aceituna autóctona, la Brava y la Mansa, lo que abre la puerta a la creación de una denominación de origen que certifique la elaboración con estas variedades de aceituna 100% gallegas.

Variedades: Brava, Mansa.